Entrevista por Equipo Anagénesis
Publicado originalmente en Revista Anagénesis N.8, 2014
Benjamín y Sebastián son los principales arrendatarios del Patio Volantín, espacio autogestionado con gran repercusión en Valparaíso. Administran el lugar de manera horizontal, compartiendo la organización política con una agrupación que ellos mismos inspiraron: la Unidad Vecinal del Cerro Panteón. Junto a ellos realizan actividades políticas, barriales y culturales en dicho cerro, que queda ascendiendo por la famosa subida Ecuador. Pudimos conversar con Benjamín, quien nos habló de los inicios de este proyecto, del desarrollo que ha tenido y del rol que cumplieron en el trágico incendio que afectó a la zona, el cual los obligó a reformular sus objetivos.
¿Cómo partieron?
Nos juntamos una serie de arrendatarios y arrendamos una casa durante 7 años, con eso logramos sustentar toda la planta de abajo. Partimos como casa en el segundo piso y cachamos que el espacio de abajo también lo arrendaban y de a poco, con muchos años, nos fueron permitiendo la administración del espacio.
¿Cuándo comenzó el trabajo social y político?
Desde el 2011 se incorporaron más actores para darle más vida e identidad al tema. Desde ahí se comenzó a formar la Unidad Vecinal del Cerro Panteón y se logró levantar el Patio Volantín como un lugar significativo para el encuentro, no sólo de los vecinos, sino que de Valparaíso también.
Con toda esa dinámica nos instalamos acá a intentar levantar otro tipo de organización comunitaria, en otra escala. Una escala hecha por nosotros mismos que vamos levantando de a poco.
También realizan un trabajo en directa sintonía con los vecinos…
Aquí, con harto orgullo, funciona la Unidad Vecinal del Cerro Panteón y estamos juntos en esto.
En aspectos formales los que arrendamos la casa somos Seba y yo. Pero ha vivido caleta de gente en la casa y se ha incorporado mucha. Piensa que cuando el Patio Volantín funciona se realizan por lo bajo 20 talleres y todos se dan por intercambio. Si eso lo multiplicas por la cantidad de personas que vienen la matrícula es de 250 asistentes aproximadamente, por ciclo que dura 2 meses.
Todos funcionan por trueque…
Claro, pero ojo que estamos dilucidando cómo solventarnos también, porque tenemos claro que el tema del arriendo de habitaciones no es lo óptimo, pero en su momento es lo que resultó. Ahora estamos apostando a que podemos ir más allá. Como son talleres por intercambio y éste va directamente a la persona que dicta el curso, perfectamente la matrícula podrían ser 2 kilos de harina, que si lo multiplicas por 250 asistentes, tienes cerca de 500 kilos, si haces entre 70 y 100 panes diarios de lunes a viernes por las tardes puedes empezar a autofinanciar el lugar y eso es lo que ha ido ocurriendo paulatinamente. Hace un tiempo hacíamos todo esto en el horno de barro, ahora nos llegó uno a gas y así continuamos.
Se abrió un espacio que va a ser constituido como una cooperativa de trabajo y así sigue la dinámica, intentando quizás en un par de años más que no sea necesario que haya gente viviendo en el mismo lugar, porque comprendemos que naturalmente estamos despertando un interés.
Luego del incendio y más aún en una ciudad como Valparaíso, hay un interés por hacerse parte de estas iniciativas, por comenzar a funcionar de una forma distinta donde no se hable necesariamente todo el día de plata y que uno tenga que vivir sólo para gestionar eso. Ojo, entre comillas también, porque acá finalmente el Patio Volantín cuesta casi 700 mil pesos mensuales mantenerlo, pero lo estamos haciendo desde nosotros.
¿Cómo fue el tema del incendio? ¿Cuál fue el rol que ustedes asumieron?
Al día siguiente llegamos al Patio y abrimos las puertas. Por las plataformas que tenemos y por medio de lienzos que desplegamos acá afuera, anunciamos que somos centro de acopio, lo más básico. También cachamos que el Trafón (centro cultural autogestionado) había abierto un albergue mediante autogestión, entonces lo más fácil, en ese contexto, era decir que éramos un centro de acopio que se vinculaba con ellos para mandarles ayuda.
Así funcionó. Luego empezaron a suceder las restricciones. Comenzó a despertar de nuevo la humana solidaridad que tenemos todos en nuestro ADN, pero que se tapa con tanta cosa y hubo un colapso en todas partes. Comenzó a despertar el voluntariado, las ganas de las personas por querer apañar de alguna forma y todos se vieron sobrepasados con eso. Ante eso el Estado comenzó a hacer lo que típicamente hace, comenzó a colocarle rejas a esto, para que no se viera y para que no subieran. Al Patio Volantín continuó llegando ayuda, llegó un momento en que ya no solamente estábamos abarcando hacia el Centro Comunitario Trafón como albergue, sino que incluso podíamos subir a los cerros.
El problema era cómo subir, pues no tenemos vehículo y no queríamos establecer ningún tipo de alianza con INJUV, ni con nadie, porque nos iban a poner el logo encima y a meterse de alguna manera en lo que estábamos haciendo.
De repente pasó que dijeron que sólo las personas con cierto color de pulsera podían subir porque se podían infectar de cosas; que la ropa poco menos que estaba plagada y todo eso pasó por falta de gestión de las autoridades, teniendo tantos espacios donde poder acopiar ordenadamente.
¿Cómo respondimos? De ahí en adelante comenzó una campaña 4 o 6 días después de la emergencia, en que el Patio ya estaba lleno. Había camiones llenos esperando, no paraba de llegar gente y teníamos que subir las cosas, así que comenzamos a escala humana, como “hormigas”, como lo sabemos hacer. Le dijimos a los voluntarios que antes de subir a los cerros pasaran por el Patio con sus mochilas vacías y de esa forma llegó caleta de gente que subió a la punta del cerro, la mayoría a pata.
¿Qué pasó luego con esa experiencia?
Siempre intentamos sistematizar la experiencia para que haya un registro y un feedback para después. Espero que entre las organizaciones comunitarias como nosotros logremos levantar algún protocolo de emergencia que dependa de nosotros. Quizás no haya recursos monetarios, pero tenemos una fuerza y una capacidad de reinventar y una resiliencia que se demostró con el tema del incendio.
Desde el Patio logramos registrar que por lo menos abarcamos 154 familias. Las fichas están ahí, registradas en un mapa. Por lo menos se logró visitar 2 veces por el mismo voluntario, o por otro que tomaba la pega que su compañero anterior había hecho.
Luego la ayuda fue disminuyendo, la presencia de los voluntarios también, pero finalmente logramos tener un escenario de la catástrofe desde el Cerro Mariposa hasta el Cerro Ramaditas, la extensión completa.
Hubo un par de intentos de organizarnos entre las organizaciones de base, pero para mí no tuvo mayor resultado porque en el contexto de la emergencia aparecieron muchas personas que nunca antes habíamos visto, entonces en un momento ya no es necesario plantear más ideas si no te has hecho cargo de la idea inicial.
Nosotros preferimos con toda nuestra autonomía apartarnos de ahí un poco y continuar como lo estábamos haciendo. Ya no íbamos a estar tan articulados con otras organizaciones, pero íbamos a hacernos cargo de lo que estábamos diciendo y haciendo.
¿Y ahora?
Finalmente el incendio expuso qué es Valparaíso. En mis años viviendo acá nunca había recorrido tanto como en estos últimos 2 meses, y eso también habla de un empoderamiento de la ciudad, tanto de los voluntarios como de los actores que están acá. Frente a esa realidad que el puerto nos demostró ahora es imposible hacerse el loco.
Hasta antes del incendio hablábamos de que íbamos a hacer un solo Volantín acá en Valpo, en el Cerro Panteón, pero creo que amerita a lo mejor subir con el Volantín a la punta del cerro y esa es nuestra apuesta.
Deje su comentario