Ciudad interior y ciudad exterior: conversación con Elvira Hernández

Ciudad interior y ciudad exterior: conversaciones con Elvira Hernández

Entrevista: Patricio Contreras N.
Transcrpción: Alejandro Cruz
Registro audiovisual: Gonzalo Pontigo
Edición: Emilia Aguilar
Ilustración: Francisco Aros

Publicado orignalmente en la revista Agua Maldita N° 3 (septiembre, 2015).

Elvira Hernández (1951) es, sin lugar a dudas, una de las voces más importantes de la poesía chilena contemporánea. Oriunda de Lebu, desarrolló su labor poética desde muy temprana edad. Durante la dictadura, su escritura cobra gran notoriedad entre sus pares, en parte gracias a su libro emblemático, La bandera de Chile (Editorial Tierra Firme, 1991; Editorial Cuneta, 2010). Sobre eso y mucho más, nos habla en la presente conversación, llevada a cabo en los espacios de la que considera, según sus propias palabras, nuestra casa y la suya: el Centro Cultural Manuel Rojas.

Entiendo que La bandera de Chile fue tu primer libro escrito, pero no publicado, porque publicaste otros antes. Se dice que comenzaste a escribirlo en 1981. Según mi propia lectura, La bandera de Chile se entiende como un espejo de lo que era esa época, de lo que se reflejaba en el emblema patrio. ¿Qué simbolizaba realmente la bandera? ¿Qué significaba en aquella época?

Yo diría que la bandera es una imagen de la dictadura. Antes, en las concentraciones, uno veía la bandera chilena, pero sólo era una entre muchas otras. Incluso, yo creo que uno veía más otras. Rojinegras, verdes, rojas con blanco, rojas y amarillas, o esa de la Izquierda Cristiana, celeste, con el sol. Habían muchas banderas y entre medio la bandera chilena. En las tomas estaba siempre la bandera, que era como decir: “Nosotros estamos acá, también somos chilenos. ¿Por qué estamos como estamos?”. Era como decir eso: “Somos chilenos, pero estamos mal”.

Quizá había un símbolo de unión en esa bandera, una representatividad distinta, algo que significaba otra cosa antes de la dictadura.

Sí. Después, en dictadura, aparecen los movimientos nacionalistas y la doctrina de la seguridad nacional, en la cual los militares son la última reserva moral del país, con tal de justificar el golpe. Han tenido que intervenir y la bandera es uno de sus símbolos. La bandera era un asunto de los militares.

Era como un nuevo concepto de bandera dirigido por ellos mismos.

Es que las banderas surgen cuando tienes que justificar algo. Por eso, dentro de todos los conflictos armados, los soldados llevan siempre su bandera. Parte siendo un asunto de guerra y después son símbolos que la gente internaliza. Aunque probablemente los significados van variando. Por ejemplo hoy, para las catástrofes. El terremoto, el maremoto, para todo eso. En esas situaciones, la gente pareciera aferrarse a la bandera chilena. Es sorprendente, porque antes la gente se aferraba a otras cosas. Dios, por ejemplo. Uno no veía a alguien que se aferrara a una bandera. Yo creo que son desplazamientos que ocurren en el inconsciente colectivo, porque no sé si el ser humano pueda soportar vivir en el vacío.

Claro, es una constante búsqueda de sentido. ¿Había algo de eso a la hora de escribir La bandera de Chile en dictadura?

Por lo menos en mi experiencia, la escritura no es pensada de antemano. Tengo serios problemas con eso ahora, ya que aún no me hago cargo de lo que escribiré en el futuro. No soy proyectista. O sea, no planifico lo que voy a escribir, el impacto social que va a tener, etcétera. El que escribe hoy día es alguien que parece controlarlo todo. Y sabe lo que va a escribir, cuántas páginas va a tener, hacia dónde se va a dirigir. Tiene una estructura de la cual puede hablar. Y yo no tenía la más mínima idea de eso cuando empecé a escribir La bandera de Chile. El momento de la escritura articula todo.

Entonces, ¿cómo nace La bandera de Chile?

Nace, en parte, con la bandera chilena en papel volatín que aparece en La nueva novela, de Juan Luis Martínez. Arriba de ella dice: “La política”. Y yo creo que no vi más, porque me metí en las otras páginas y eso me quedó dando vueltas. Me pareció que había algo importante simbolizado con esa palabra solamente; y la bandera, una imagen, algo que para mí tenía una cantidad gigantesca de argumentación detrás. Me atrincheré en eso. Ese fue el primer momento. El segundo momento fue cuando estuve detenida y me salvé. Luego de eso, me dije: “Bueno, si estoy viva, algo tendré que hacer”. Eso fue en el año 1979, en diciembre, y lo de Juan Luis Martínez debe haber sido en 1978. Durante 1980 estuve con la CNI pisándome los talones. Estaba en un estado de depresión enorme, porque trataba de hacer una vida normal y no podía. Después, en el verano de 1981, mis papás se propusieron viajar al sur. Les dije que se fueran ellos, que yo tenía algo que hacer. Entonces me encerré y curiosamente dejaron de vigilarme. Fue una situación rara. Me empecé a dar vueltas sin saber qué hacer. Empecé a pensar en otras cosas. Ahí escribí La bandera de Chile. En el mes de enero de 1981.

Sobre el libro Santiago Waria (1991), escrito en otra época, en un Santiago que pasaba de la dictadura a la mal llamada transición. ¿Cómo te influenciaron esos espacios públicos, tan perturbadores y claustrofóbicos en dictadura, en comparación a los de la transición?

Bueno, hay una situación que uno percibe o proyecta. La transición opera porque hay un pacto: “Ya, vamos a hacer esto, vamos a hacer un plebiscito”. Yo estaba en desacuerdo con eso. Me parecía que era algo demasiado atípico. Sospechoso, además. También había caído el campo socialista. Todo el mundo hablaba despectivamente sobre los “socialismos reales”. Había toda una serie de fenómenos que se manifestaban a nivel cultural, como el posmodernismo, la globalización. La gente agarró toda esa onda. Había una percepción de que nos empezábamos a integrar a un gobierno global, al cual antes se le llamaba imperialismo, pero con otro nombre, adoptando otros rostros, sumamente seductores. Es el momento en que se comienza a hablar de deseo, de seducción… y la globalización está ahí.

En libros como Santiago Waria se nota todo esto a nivel callejero. La Alameda aparece como algo paradigmático. El Paseo Ahumada demostraba cómo Chile comenzaba a transformarse. Para Enrique Lihn, y también para ti en Santiago Waria, era importante lo que sucedía en torno a ello. El comportamiento del chileno en esas calles. Es muy interesante cómo se respira eso en Santiago Waria.

Exacto, el neoliberalismo se empieza a notar en las calles, en el consumo. Si dicen: “Se va a acabar la bencina”, hay una estampida en busca de ella. Hoy en día, en la sociedad de consumo, se terminan los pasteles y ya todos corremos a buscar el nuestro.

Eso es sintomático, ¿no?

Sí. Hay todo un proceso de privatización en que se empieza a acomodar todo. Lo que se hizo en dictadura comienza a tener una cierta legalización. Decidimos hacer la transición y no reclamar por todo aquello que eran bienes nacionales. Es una proyección de lo que empezó a ocurrir. Santiago Waria, en ese minuto, recorre las señas que ya se están dando.

Sé que a ti te interesan los espacios públicos, quizá justamente como contraposición a estos procesos privatizadores de la vida en general. Respecto al trabajo comunitario y las actividades que se realizan en los barrios, ¿qué rol o función crees tú podría cumplir el arte, la poesía, la literatura? ¿Cómo se llega a salir de las editoriales, volcándose a este tipo de espacios?

Bueno, a las municipalidades les gusta mucho esto de la “oferta cultural”. Una cuestión que muchas veces es bien artificial. Yo creo que las cosas tienen que estar ligadas. Hoy en día, la gente no asiste a este tipo de actividades. La gente está demolida. Tiene que trabajar mucho, tiene que trasladarse de un lugar a otro. Eso te demuele y terminas tirado en la cama viendo televisión. Y al otro día igual, lo mismo. Entonces, la gente hace otras cosas, no se da el tiempo de asistir a actividades culturales a menos que tenga una situación un poco más holgada, que le permita darse ese lujo.

La rutina es carcelaria, aprisionante. La gente termina sucumbiendo ante ella. Cuesta que la gente se vuelque hacia afuera, salga de esa privatización que hacen de su propio espacio, que socialice. Es difícil. Y, como tú dices, la poesía y las actividades culturales están lejos de ser el gancho perfecto para que la gente salga a la calle.

Mira, hay algo que me interesa mucho. Bachelet dijo: “En septiembre se abre un proceso constituyente”. Bueno, conversando con otras personas, les he preguntado qué piensan y sienten con respecto a eso, y creen que no va a funcionar. Nada. Pero se va a abrir un proceso. Y para que algo ocurra, tiene que haber algún grado de articulación entre la gente. Hay cosas que se tienen que discutir. Ese proceso constituyente no es algo que pueda ocurrir de un día para otro. ¿Que se abra y se cierre en seis meses después? No, primero debe haber un proceso de educación. Tengo la impresión de que en Bolivia duró 4 años, no lo sé muy bien, pero nosotros no tenemos esa experiencia. Es muy difícil. Eso se va a abrir y se va a cerrar y todos se van a quedar sentados como mirando desde afuera.

Ahora, por otro lado, la poesía trabaja en la palabra. Para una constitución se necesitan esas palabras, nombrar las cosas. Si no las sabemos nombrar, no podemos hacer nada. A lo mejor, en seis meses, apenas podamos vivirnos un verso o alguno de estos poemas. Pero si logramos discutir ciertas cuestiones, yo creo que se habrá instalado un contacto importante con el lenguaje. Puede ser que la poesía tenga otro calibre, trabajando con la lengua, con nuestra realidad, con nuestro idioma, con nuestras sensaciones, que tienen que ser verbalizadas. En ese aspecto veo una coincidencia.

Las constituciones están hechas de palabras. Es un terreno en disputa, que está en juego. Hay un juego en el lenguaje, un terreno en disputa muy importante, y es ahí donde nos compete intervenir. A partir de eso, en este mismo escenario, en este Chile de hoy, ¿qué está planeando Elvira Hernández? ¿Hay algo entre manos?

Yo sigo escribiendo. No estoy planeando nada, porque eso sería contrario a mis principios. Pero yo diría que no estoy ausente de lo que está sucediendo. Estoy atenta, escuchando. Sobre todo escuchando.

Por | 2024-09-06T00:11:51+00:00 septiembre 6th, 2024|Artículos|Sin comentarios

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